Aproximación a los retos emergentes para el Trabajo Social Comunitario a partir de
la experiencia de la Covid-19. Hacia un diseño participativo de políticas sociales 45
Acciones e Investigaciones Sociales. ISSN: 1132-192X, Núm. 41 (2020). Págs. 33 a 58
https://doi.org/10.26754/ojs_ais/ais.2020415119
En el citado curso, cuando desarrollamos un poco más el con-
cepto de innovación social, un asistente dijo: «esto es algo que se
lleva haciendo hace mucho, en el tercer sector en concreto, toda
la vida, ya que siempre ha ido por delante de las administracio-
nes para tratar de dar respuesta a los problema sociales que iban
apareciendo». Puede parecer lógica también esta afirmación, ya
que si «innovación» es salirse de una rutina, puede no haber nada
más rutinario que una «institución», por lo que es en espacios y
entornos lo menos institucionalizados o rutinarios, fuera de las
instituciones, administraciones y organizaciones en muchos ca-
sos, donde sea más fácil que se de esta «innovación», algo en lo
que coincidimos con Imanol Zubero (2015).
Tal vez la propia ciencia social debiera hacer una reflexión, ya
que una noción, un concepto, que ahora parece rompedor, lleva
tiempo practicándose, como acabamos de mencionar, y tiempo
también siendo objeto de análisis (Alonso y Echeverría, 2016).
Aunque bien es verdad que primero ha sido un concepto que
ha aparecido más ligado al mundo del I+D, a la empresa, o a las
propias Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC).
Sin embargo, desde finales del pasado siglo XX ya se incorpora
la visión de las ciencias sociales y del Trabajo Social al fenómeno
de la «innovación social», como respuestas «creativas» a nuevos
problemas y necesidades sociales que buscan mejorar la vida de
las personas (Mulgan, 2006). El reto radica en que en los próxi-
mos años, todas estas iniciativas, y otras más, sean capaces de
transcender el ámbito local, para crear sinergias y espacios más
globales.
Muchas de estas prácticas de innovación social (desde las
smart cities, a la economía del bien común, pasando por los
espacios autogestionados, la propia economía social…) han
ido pasando a formar parte del discurso político, como una
forma de afrontar la crisis económica y los problemas sociales
(Subirats, 2015) e incluso de incentivación de la propia innova-
ción social a través de los «emprendedores sociales» (Alonso y
Echeverría, 2016).
Puede parecer curioso, o cuando menos llamativo, que ha
podido darse cierta proliferación de la idea de innovación social
en la segunda década del siglo XXI, aún siendo un concepto
más antiguo, como hemos mostrado. Esto puede deberse a que