Resumen
MONOGRÁFICO 2.
Ignorancia y complejidad: la sociología de la
enfermedad mental
manuel toRRes CubeiRo
univeRsidade de santiago de ComPostela
dePaRtamento de filosofía
Resumen: ¿Es posible una sociología de las enferme-
dades mentales? Este artículo aborda esta pregunta des-
cribiendo primero la falta de conocimiento contrastado
sobre la dolencia mental (ignorancia). En segundo lugar,
describe cómo los sistemas sociales abordan la comple-
jidad que este hecho conlleva desde una sociología de
sistemas. Una vez abordados estos dos elementos clave
repasamos cuatro aportaciones en sociología de la enfer-
medad mental: primero, el concepto de alfabetización en
salud mental de las sociedades contemporáneas; segun-
do, describimos el complejo entramado que asocia un
estigma de violencia y peligrosidad a la dolencia mental;
tercero, la propuesta de los modelos basados en agentes;
y finalmente, los imaginarios sociales de la enfermedad
mental como herramientas para comprender la simplifi-
cación de la complejidad y manejo de la ignorancia que
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todo sistema social afronta. El artículo termina constando afirmativamente
a la pregunta planteada y delimitando las condiciones de posibilidad de una
sociología de la enfermedad mental.
Palabras clave: Sociología médica, enfermedad mental, sociología sis-
temas, imaginarios sociales .
Ignorance and complexity:
the sociology of mental illness
Abstract: Is a sociology of mental illness possible? This article addres-
ses this question by first describing the lack of proven knowledge con-
cerning mental health issues (ignorance). It then sets out to describe how
social systems tackle such inherent complexity from the perspective of
social systems theory. Following the discussion of these two key elements,
we review four contributions to the sociology of mental illness: firstly, the
concept of literacy in mental health in contemporary societies; secondly,
we describe the complex framework that links a stigma of violence and
dangerousness to mental health issues; thirdly, the proposal of models ba-
sed on agents; and finally, the social imaginaries of mental illness as tools
to understand the simplification of such complexity and the handling of
ignorance that any social system needs to address. The article concludes
with a positive response to the research question posed and defines the
conditions required to make a sociology of mental illness feasible.
Key Words: Medical sociology, mental illness, sociology and systems,
social imaginary.
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M2: Ignorancia y complejidad:
la sociología de la
enfermedad mental
Manuel
Torres Cubeiro
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Recibido: 30/06/2021
Aceptado: 23/09/2021
INTRODUCCIÓN
En un artículo de 2002 el sociólogo español Sánchez Moreno
(2002) se plantea la existencia o no de una sociología de la enfer-
medad mental. Basándose en un artículo anterior (Thoits, 1999),
pero sin tener en cuenta los manuales de la sociología médica
americana (Cockerham, 2017)1 Sánchez Moreno diferencia entre
dos posibles sociologías de la enfermedad mental. Por un lado
una teoría del etiquetado, la desviación social o del estigma. En
esta teoría: “La mayoría de las enfermedades mentales crónicas
no son otra cosa que un rol social y es la reacción social el de-
terminante más importante en la adquisición de ese rol” (2002:
38). Según este autor la teoría de la etiquetación disuelve la en-
fermedad mental sin ofrecer la identificación de las causas de la
misma. No habría por lo tanto una sociología de la enfermedad
mental en este primer planteamiento.
Una segunda teoría según Sánchez Moreno sería la teoría del
estrés social. Una serie de características sociales (edad, género,
ingresos, raza, etnicidad…) serían estresores, por ello mediado-
res causales en la aparición de la dolencia mental (2002: 45-6).
Pero según este autor (2002: 47) esta segunda teoría describe
un proceso más que explicar una causa, donde el término estrés
oculta más información que describe (2002: 48). Ni la indefensión
1 “By acknowledging the bio-psycho-social complexity, both classifications
recognize a reality of mental illness with multiple faces, with ontological, psycho-
logical and social elements” (Cockerham, 2017).
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aprendida ni el modelo de desesperanza (2002: 49) aportarían
factores causales según Sánchez Moreno. La conclusión a la que
llega Sánchez Moreno es coherente con este análisis: “ninguna
de ellas [las dos teorías citadas] es capaz de dar cuenta de los
factores determinantes para la aparición del deterioro psicológi-
co” (Sánchez Moreno 2002: 51). En este artículo vamos a refor-
mular el reto del planteamiento de Sánchez Moreno en su artículo
de 2002.
¿Es posible una sociología de las enfermedades mentales2?
Para contestar a esta pregunta vamos a dar un pequeño rodeo.
Primero, constatamos un hecho que debería ser incuestionable
para cualquier disciplina que se enfrente a las enfermedad men-
tal: no sabemos (de ahí lo de ignorancia3) que es exactamente o
que causa la enfermedad mental. En el año 2021 no existe aún,
como se verá en un momento, aunque ha sido afirmada su exis-
tencia una y otra vez a lo largo de la historia de las diferentes dis-
ciplinas, un conocimiento científico de la(s) causa(s) de la(s) en-
fermedad(es) denominadas mentales. De ahí la primera palabra
del título: ignorancia. Argumentaremos que es necesario partir
del reconocimiento de esta ignorancia para poder comprender
las posibilidades de una sociología de lo que se entiende por
enfermedad mental.
Como segundo apartado de este escrito, nos adentramos en la
delimitación de lo que es, en sociología de sistemas, la naturaleza
de la sociedad. Desde la perspectiva de la sociología de sistemas
sociales, la sociedad no es una realidad física u ontológica como
una roca o un edificio, aunque como consecuencia de relaciones
sociales las rocas se muevan de sitio y se construyan edificios.
La sociedad, en teoría de sistemas sociales, no es tampoco una
especie se meta-mente coordinada entre varios individuos miem-
bros de una comunidad, aunque las interacciones sociales influy-
an en las realidades psicológicas o mentales. La sociedad no es
2 Usamos sociología de las enfermedades mentales o de la salud en un senti-
do amplio, con aportaciones desde diversas ciencias sociales como la antropolo-
gía (antropología médica o de la salud, o de la enfermedad mental), la sociología
(sociología de la salud o enfermedad mental) y el trabajo social, por nombrar solo
tres disciplinas.
3 Desde Sócrates se diferencia al sabio, por afirmar saber, del filósofo, quién
reconoce su ignorancia y busca el saber. La ignorancia del primero no es reco-
nocida, la del segundo es la curiosidad que alimenta el conocimiento científico.
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ni una realidad ontológica ni una realidad psicológica, sino una
realidad interpersonal, compleja. Desde la sociología de sistemas
sociales, como veremos, la sociedad emerge en la historia evo-
lutiva como simplificación para manejar la complejidad creciente
de las interacciones entre humanos y hacer más factible la comu-
nicación, y por lo tanto aumentar el improbable éxito evolutivo de
la especie. La sociedad es, como veremos, una realidad interper-
sonal, ni una realidad física ontológica, ni una realidad psicológi-
ca, sino una realidad interpersonal o social.
Una vez delimitados el sentido en el que aparecen en nuestro
título las palabras “ignorancia” y “complejidad” como elementos
claves de una posible sociología de las enfermedades mentales,
abordamos ya en el cuerpo del artículo, cuatro aproximaciones a
la enfermedad mental en clave sociológica en los que estos dos
elementos ya han sido tenidos en cuenta, como antecedentes
posibles de una auténtica sociología médica de las dolencias o
enfermedades mentales.
Primero delimitamos un concepto esencial que debería ser
la base de una futura sociología de las enfermedades mentales.
Nos referimos al concepto de alfabetización (o no) en salud
mental de las sociedades contemporáneas. Un concepto creado
en 1997, por el psicólogo social A. Jorm para designar la falta de
alfabetización de la sociedad general en temas de salud mental.
En segundo lugar, describimos las investigaciones sociológicas
sobre el entramado complejo que asocia la violencia y la peli-
grosidad, como un estigma, a la dolencia mental. Algo aparen-
temente tan inevitable como la alfabetización, y fundamento de
cualquier posible sociología de estas dolencias. Aludiremos a las
investigaciones punteras de la socióloga Norteamérica B. A. Pes-
cosolido y su equipo.
En tercer lugar, presentamos un ejemplo de una línea de in-
vestigación inaugurada en la Universidad de Santiago de Com-
postela por el profesor J.L. Pintos, y del que el autor de este
artículo forma parte. Una línea de investigación centrada en la
comprensión de cómo funcionan las simplificaciones que la
sociedad ofrece de esa complejidad e ignorancia: los denomi-
nados imaginarios sociales de la enfermedad mental. Final-
mente, abordamos brevemente el denominado Agent based
modeling. Esta teoría aporta modelos cibernéticos de sistemas
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complejos, ofreciendo una herramienta interesante en la com-
prensión de cómo los procesos de decisión individual generan
conductas sociales. Aplicado a las dolencias mentales, la com-
plejidad implicada en la compresión de las conductas individua-
les (un agente en la denominación de esta teoría), en nuestro
caso los individuos “tocados” por la enfermedad mental (pa-
cientes/enfermos, familiares, profesionales de la salud mental)
es como veremos alta. Cada conducta individual se integra en
un entramado complejo de difícil, primero identificación como
veremos, pero sobre todo, de difícil predicción. Los modelos
basados en agentes individuales propuestos por esta novedosa
teoría pueden ofrecer, creemos, luz en la comprensión de los
procesos sociales que articulan y coordinan, sin aparente arti-
culación ni coordinación, relacionados con las dolencias men-
tales. Esa comprensión nos parece, y así lo argumentaremos
a lo largo del artículo, clave para una posible sociología de las
dolencias mentales.
El artículo finaliza, a modo de propuesta, contestando a la
pregunta con la que iniciábamos esta introducción. Teniendo en
cuenta los argumentos presentados y los ejemplos de teorías,
delimitamos las condiciones de posibilidad de una sociología de
las enfermedades mentales.
IGNORANCIA Y COMPLEJIDAD: EL DIAGNÓSTICO PSIQUIÁTRICO
ES SOCIAL NO MÉDICO
La mejor constatación de nuestra ignorancia sobre las enfer-
medades mentales se encuentra en la inexistencia de una prueba
médica para diagnosticarlas. No existe prueba fisiológica o test
médico que pueda realizarse para asignar un diagnóstico de es-
quizofrenia o uno de depresión, dos de las dolencias mentales
con mayor prevalencia (Fernández Liria, 2018). A lo largo de la
historia de la psiquiatría (Berrios y Porter, 1995) y de los síntomas
de las dolencias mentales (Berrios, 1995, 2008) se ha apostado
por diversas hipótesis sobre su causa u origen, siempre basadas
en el modelo prevalente en cada tiempo. En la época antigua se
atribuía su causa a un desequilibrio en los humores o bilis; en la
edad media a la influencia de los demonios o espíritus. En la ac-
tualidad, desde la revolución científica, la hipótesis predominante
apunta a un desequilibrio en los neuro-trasmisores como causa
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de estas patologías. Pero no existe ni ha existido hasta la fecha
una prueba médica que permita un diagnóstico incontrovertido
de lo que se ha denominado dolencia o enfermedad mental. Aun-
que los criterios de diagnóstico en psicología clínica y psiquiatría
se hayan consolidado, gracias a las sucesivas versiones del DSM
(Manual de diagnóstico estadístico) y de la CIE (Clasificación In-
ternacional de las Enfermedades), actualmente en sus versiones
quinta y décima respectivamente (American Psychiatric Associa-
tion, 2013, 2014; WHO, 1993); no hay a día de hoy una prueba
diagnóstica inequívoca o universal. Un individuo con un diagnós-
tico afianzado de esquizofrenia o de depresión, ha conseguido,
por norma general, una larga serie de etiquetas diagnósticas dife-
rentes, en una prolongada carrera antes de consolidar el diagnós-
tico “definitivo” que tiene en el presente (Torres Cubeiro, 2012a;
Cockerham, 2017).
La pregunta clave entonces es: si no existe una prueba única,
¿qué es entonces una dolencia mental? La OMS (Organización
mundial de la salud) y la APA (Asociación Americana de Psiquia-
tría) la definen con criterios “bio-psico-sociales”. Establecen tres
ejes: (1) uno biológico o médico, (2) uno psicológico o mental; y
finalmente, (3) un eje social; además de la interacción entre los
tres (American Psychiatric Association, 2014; WHO, 1993). El
diagnóstico de una dolencia mental se establece pues tras una
entrevista clínica (American Psychiatric Association, 1999) con
un especialista que ha de recoger información sobre estos tres
conjuntos de elementos: los bio médicos, los psicológicos y los
componentes sociales. Veamos un ejemplo de cómo funciona.
El primer eje del diagnóstico diferencial implica el descarte de
toda patología bio médica. La American Psychiatric Association
y la OMS afirman que tras desestimar la existencia de otras do-
lencias bio-médicas, el paciente debe, para cada etiqueta diag-
nóstica psiquiátrica, manifestar un número de síntomas prefijado
en un periodo de tiempo fijado en cada dolencia. Estos criterios
temporales han sido establecidos, afirman los manuales, siguien-
do criterios estadísticos consensuados. La existencia de esos
síntomas (o no) es determinada por medio de pruebas psicológi-
cos y/o en la entrevista con el paciente o sus allegados. El listado
de síntomas de cada dolencia es, teóricamente, producto de co-
mités internacionales que usan las estadísticas oficiales de cada
país para consensuarlos.
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Examinamos a continuación, a modo de ejemplo, el caso del
listado de síntomas para el diagnóstico del denominado “Trastor-
no de depresión mayor” del DSM (American Psychiatric Associa-
tion 2014: 105). Copiamos a continuación el listado de síntomas.
El médico o psicólogo, con su experiencia clínica, debe decidir
si en el paciente se manifiestan estos síntomas, o no. En la lec-
tura de la larga cita que copiamos a continuación le pedimos al
lector que al mismo tiempo que lee el listado de síntomas, pi-
ense en cómo el especialista decide si el síntoma esta o no pre-
sente en el paciente. Es decir, el lector debe hacerse la siguiente
pregunta: para decidir en cada síntoma, el especialista ¿se basa
en una prueba objetiva (un test fisiológico o médico)? o ¿en la
comunicación entre el paciente (y/o sus allegados) con el clínico?
Veamos:
“A. Cinco (o más) de los síntomas siguientes han estado
presentes durante el mismo período de dos semanas y re-
presentan un cambio del funcionamiento previo; al menos
uno de los síntomas es (1) estado de ánimo deprimido o (2)
pérdida de interés o de placer. (Nota: No incluir síntomas
que se pueden atribuir claramente a otra afección médica).
1. Estado de ánimo deprimido la mayor parte del día,
casi todos los días, según se desprende de la información
subjetiva (p. ej., se siente triste, vacío, sin esperanza) o de
la observación por parte de otras personas (p. ej., se le ve
lloroso). (Nota: En niños y adolescentes, el estado de ánimo
puede ser irritable.)
2. Disminución importante del interés o el placer por
todas o casi todas las actividades la mayor parte del día,
casi todos los días (como se desprende de la información
subjetiva o de la observación).
3. Pérdida importante de peso sin hacer dieta o aumen-
to de peso (p. ej., modificación de más del 5% del peso
corporal en un mes) o disminución o aumento del apetito
casi todos los días. (Nota: En los niños, considerar el fraca-
so para el aumento de peso esperado.)
4. Insomnio o hipersomnia casi todos los días.
5. Agitación o retraso psicomotor casi todos los días
(observable por parte de otros; no simplemente la sensa-
ción subjetiva de inquietud o de enlentecimiento).
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6. Fatiga o pérdida de energía casi todos los días.
7. Sentimiento de inutilidad o culpabilidad excesiva o in-
apropiada (que puede ser delirante) casi todos los días (no
simplemente el autorreproche o culpa por estar enfermo).
8. Disminución de la capacidad para pensar o concen-
trarse, o para tomar decisiones, casi todos los días (a partir
de la información subjetiva o de la observación por parte
de otras personas).
9. Pensamientos de muerte recurrentes (no sólo miedo
a morir), ideas suicidas recurrentes sin un plan determina-
do, intento de suicidio o un plan específico para llevarlo a
cabo.
B. Los síntomas causan malestar clínicamente significa-
tivo o deterioro en lo social, laboral u otras áreas importan-
tes del funcionamiento.
C. El episodio no se puede atribuir a los efectos fisioló-
gicos de una sustancia o de otra afección médica.
D. El episodio de depresión mayor no se explica mejor
por un trastorno esquizoafectivo, esquizofrenia, un trastor-
no esquizofreniforme, trastorno delirante, u otro trastorno
especificado o no especificado del espectro de la esquizo-
frenia y otros trastornos psicóticos.
E. Nunca ha habido un episodio maníaco o hipomanía-
co. Nota: Esta exclusión no se aplica si todos los episodios
de tipo maníaco o hipomaníaco son inducidos por sustan-
cias o se pueden atribuir a los efectos fisiológicos de otra
afección médica.” American Psychiatric Association, 2014:
104-7).
Al leer con detenimiento el listado de síntomas para el “tras-
torno depresivo mayor” se constata que la decisión de si el pa-
ciente padece o no los síntomas de un trastorno depresivo se
fundamenta no en una prueba biomédica objetivable sino en la
comunicación entre el facultativo y el posible paciente (y/o sus
allegados). Es decir, en la interpretación de la comunicación entre
el facultativo y su paciente se deben utilizar criterios establecidos
para cada síntoma de acuerdo con los estándares aprendidos
por el facultativo en un momento y en un tiempo concreto. De-
pende por lo tanto, tanto de la formación del médico de familia,
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psiquiatra o psicólogo (véase: Labora, 2016), como de la forma-
ción y expectativas del paciente. En definitiva, si un síntoma se
“ve” o “percibe” como existente en un paciente, depende de un
proceso de comunicación. Este proceso es un proceso social, no
médico. La clave está, como veremos en un momento, en la co-
municación de las simplificaciones de la complejidad relacionada
con la enfermedad mental y cómo manejar la ignorancia sobre
sus causas.
Resumiendo, no sabemos la causa o origen de las denomi-
nadas enfermedades mentales. No existe prueba médica para
detectarlas. Pero lejos de aceptar este falta de reconocimiento
y afirmar categóricamente nuestra ignorancia, los manuales de
diagnóstico psiquiátrico en uso defienden la existencia de una
causa biológica (desequilibrio en neurotransmisores) mientras
diagnostican con criterios sociales. Veamos ahora, qué papel
juega la complejidad, y cómo veremos la sociedad, en la delimi-
tación de esos criterios sociales.
IGNORANCIA PSIQUIÁTRICA: COMUNICACIÓN SOCIAL EN
CONTEXTOS COMPLEJOS, LAS CIENCIAS PSI
Relacionado con lo el diagnóstico psiquiátrico, el sociólogo
americano de la medicina y de las dolencias menteles Cocker-
ham señala en su ya clásico manual de sociología médica de
1981: Sociology of mental disorder (Cockerham, 2017) que no se
sabe a ciencia cierta cual es la causa de las dolencias mentales.
Cockerham lo afirma con contundencia:
“…there is as yet no conclusive explanation of the cau-
ses of mental disorder nor a established cure – despite all
the cost, effort, and attention that mental illness has gene-
rated throughout human history” (Cockerham, 1996: 28).
Como consecuencia, para detectar una dolencia mental los
criterios han sido y son sociales, pues para detectar una dolencia
mental esta tiene que ser vista como
“a significant deviation form standards of behavior ge-
nerally regarded as normal by the majority of people in a
society. The relevance of this […] is that, even though a
pathological mental condition is something that exist within
the mind of an individual, the basis for determining whether
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a person is mentally ill often involves criteria that are also
sociological” (Cockerham, 1996: 2).
Si no existe una causa médica clara y no hay una prueba diag-
nóstica única, ¿en que consiste el trabajo de la psiquiatría? Afir-
mar que la dolencia mental es definida socialmente no es negar
su existencia ontológica, todo lo contrario. No se niega la realidad
del sufrimiento psíquico o psiquiátrico al constatar su construc-
ción social. No se está afirmando que sea una fabricación inten-
cionada como parece deprenderse de algunas interpretaciones
de la antipsiquiatría (Szasz, 1974; 1997). La construcción social
de la dolencia mental no implica una construcción carente de
realidad (Horwitz, 2002) sino la delimitación de su evidente esen-
cia social, comunicativa. Aún en el caso de que supiéramos la
causa médica de la dolencia mental, la difusión de esa informa-
ción dependería de la comunicación social. Que la ciencia sepa
a ciencia cierta la cadena completa de un virus, no conlleva ni la
difusión completa de esa información a todos los miembros de
una sociedad (incluidos los médicos), ni que ese conocimiento
solucione todos los problemas relacionados con la incidencia del
virus. En este sentido el psiquiatra español Fernández Liria afir-
ma, en cuanto a las dolencias mentales que:
La Psiquiatría no es una ciencia porque el objeto de la
ciencia es producir conocimientos y el de la Psiquiatría es
producir un bien social. Tampoco son ciencias la Medicina,
la Arquitectura, o las ingenierías… A estas disciplinas las
denominamos tecnologías” (Fernández Liria, 2018, p. 20).
La tesis Fernández Liria es que la Psiquiatría, entendida como
el “modo de concebir y enfrentar la pérdida de la salud mental
(2018: 15) no puede explicarse por lo que han dicho o pensa-
do sus psiquiatrías, “sólo puede entenderse comprendiendo las
sociedades a las han servido, como resultado de un cambio en
los encargos que definen una función social” (2018: 15). Por ello
afirma que:
Entendemos mejor la evolución de la Psiquiatría y las
disciplinas afines si consideramos las teorías en las que han
pretendido basarse como la ideología – en el sentido de
falsa conciencia que Marx da a este término – con la que los
psiquiatras y profesionales afines pretenden justificar una
práctica que les viene reclamada desde afuera” (2018: 5).
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La función social de la psiquiatría es y ha sido sentar la bases
de una comunicación social exitosa para manejar “la pérdida de la
salud mental” (2018:15). Dado que, como veíamos no se conoce
a ciencia cierta la causa de esa pérdida, y que su detección se
fundamenta en la desviación de la normalidad, el trabajo de la psi-
quiatría es generar expectativas plausibles para aumentar las po-
sibilidades de manejar esa desviación de la normalidad con cierto
éxito. Detengámonos un momento en la comprensión de cómo
funciona la construcción de la comunicación en la sociedad.
Tenemos por lo tanto que la psiquiatría, ciencia especializada
en las dolencias mentales, no ha detectado una causa definida
del comportamiento definido como locura. Como hemos visto los
manuales de psiquiatría definen los trastornos como una matriz
compleja de elementos interrelacionados. Siendo el manejo de
la complejidad el elemento definitorio de los sistemas sociales.
Vamos a adoptar una perspectiva basada en una sociología
de los sistemas sociales, inspirada en el alemán N. Luhmann.
Desde esta perspectiva, una sociedad es un sistema surgido en
la evolución para generar simplificaciones de la complejidad y
aumentar las posibilidades de éxito. La sociedad es desde este
punto de vista, un sistema de comunicación que asegura el éxito
comunicativo, pues con las simplificaciones generadas aumen-
tan las posibilidades de éxito de las comunidades humanas. Las
sociedades funcionan en sociología de sistemas con comuni-
caciones, no con individuos (Izuzquiza, 1990; Luhmann, 2007).
Un sistema social es precisamente el mecanismo que emergió
en la evolución humana para asegurar mayor probabilidad de
continuidad de los grupos humanos, algo de por sí altamente
improbable.
De alguna manera, mediante la repetición recursiva en la co-
municación de unas simplificaciones y no de otras, las socieda-
des se aseguran de que cierta información, y no otra, sea se-
leccionada. Digamos, por ejemplo, un psiquiatra afirma ante su
paciente que éste padece esquizofrenia. El sistema social, en la
actualidad a través del trabajo de los medios de comunicación,
pero también a través de la educación, se asegura que ambos
interlocutores tengan mayores posibilidades de comunicación.
Para el médico “esquizofrenia” no significa en absoluto lo mismo
que para el paciente, pero el término le permite pensar y actuar
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como si se entendieran, es decir, actuar coordinados. La socio-
logía de la medicina y de las enfermedades mentales estudia los
procesos que permiten esa coordinación, no el comportamiento
o la “realidad” bio-médica de la dolencia mental (otras ciencias se
ocupan de él). Mientras que para el médico tenemos una etiqueta
diagnóstica según los criterios de la psiquiatría en cada momen-
to, una etiqueta que cumple múltiples funciones; en el caso del
paciente el término “esquizofrenia” describe más bien una ex-
periencia vital. La sociedad es el dispositivo comunicativo que
se ha asegurado de que ambos asuman que entienden al otro,
presuponiendo ambos que la palabra “esquizofrenia” significa
más o menos lo mismo para el otro4. La sociedad funciona para
aumentar las improbables probabilidades de la comunicación.
La sociedad como sistema se asegura de que las observaciones
integrantes de cada comunicación funcionen, más o menos, en
contextos complejos. Pero, ¿qué es la complejidad social?
Las sociedades funcionan en entornos complejos (Torres
Cubeiro, 2012a). La complejidad es la imposibilidad de relación
entre todos y cada uno de los elementos de un sistema. Si pen-
samos en una nube de estorninos, cada pájaro individual selec-
ciona los movimientos a realizar sin reaccionar nada más que a
los más cercanos a él; sin embargo, desde el exterior, la nube de
estorninos (la sociedad en nuestra metáfora) parece seguir una
pauta coherente y prefijada (Dawkins, 2009). La complejidad en
sentido luhmaniano describe precisamente este mismo fenóme-
no en la comunicación como base de la sociedad. Apliquémoslo
a la enfermedad mental.
Los estándares de psiquiatría definen la enfermedad men-
tal, como veíamos, como una “realidad” entrecruzada entre ele-
mentos biomédicos, psicológicos y mentales, es decir, una rea-
lidad compleja. Dado que ignoramos la causa de las dolencias
mentales, pero aunque la conociéramos, lo que entendemos
por enfermedad mental es una construcción social generada en
la comunicación con simplificaciones (Torres Cubeiro, 2012a).
La definición, detección y comprensión de la enfermedad, se
4 Luhmann (1998) denomina a esto doble contingencia: en una interacción
comunicativa ni el emisor ni el receptor del mensaje están seguros de que el otro
entienda y actúe en el mismo sentido. Los significados y sentidos “compartidos”
atribuidos al otro son la base social (comunicativa) sobre la que se construye el
sistema social.
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encuentra mediada por la sociedad. Las sociedades socia-
lizan a sus miembros con simplificaciones de la complejidad,
generando roles, expectativas, atribuciones sobre la enferme-
dad. Parsons definió el rol del enfermo (Parsons, 1975) como el
conjunto de expectativas que permiten guiar la comunicación
cuando aparece una enfermedad. El médico y el paciente han
sido socializados y detectan, identifican y comprenden lo que le
pasa al paciente usando esas simplificaciones.
Todo sistema funciona como si fuera a permanecer igual que
en el pasado, pero irremediablemente cambia, se transforma y
evoluciona (Luhmann, 2007). Usemos un ejemplo de la psiquiatría
del siglo XIX, cuando en Galicia se abre el primer y único gran ma-
nicomio en Conxo, a las afueras de Santiago de Compostela. La
curia Compostela recupera la propiedad de las tierras que habían
sido transferidas a la diputación en los años 60 (Torres Cubeiro,
2010). Los “pobres alienados” no tenían, se razona en los perió-
dicos de la época, lugar donde ser tratados. Coincidiendo con un
periodo políticamente convulso en toda la Península, el cardenal
de la catedral de Santiago logra firmar acuerdos con las diputacio-
nes provinciales que por ley debían atender a estos “alienados”.
La prensa local repite con bastante insistencia la necesidad cari-
tativa, cristiana, de atender a los “dolientes”. Luhmann define la
evolución social en tres pasos (Luhmann, 2007). Un sistema social
repite su código, el que ha funcionado hasta ahora, con la inten-
ción de que no cambie. Nuestro obispo, sin coordinación directa
con la prensa, aunque socialmente comunicándose con ella, esta-
blece una nueva manera de entender lo que luego será la dolen-
cia mental. Para hacerlo ancla la innovación (el manicomio) en los
valores religiosos (la caridad). Anteriormente, los dolientes debían
permanecer en las casas, o si hacemos caso de la antropología
médica, eran “tolerados” en sus parroquias (González Fernández,
1992). Un sistema social nuevo está emergiendo en ese momento
en que se abrirá el nuevo manicomio: una nueva concepción de la
locura que la separa de la iglesia, la psiquiatría científica aparece
en toda Europa asociada a los manicomios (Huertas, 2012; Porter,
1989; Ullerspeger, 1954). En Galicia este nuevo paso (nuevo sólo
desde nuestro presente), está anclado en los códigos comunica-
tivos, religiosos, del pasado. Una vez aparecido una nueva forma,
una mutación en la replicación del sistema, hay básicamente dos
posibilidades: o es aceptada, o no es aceptada. En nuestro caso,
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la interpretación prevalente en el siglo XIX asociada a la Bene-
ficencia y a la Caridad (Torres Cubeiro, 2010) se enfrenta a una
interpretación emergente, es decir a una nueva forma de enca-
rar la locura. Pero los manicomios, no se aceptan sin más. Poco
a poco, repitiendo una y otra vez en los periódicos, acumulando
pacientes, generando conocimiento en las universidades y distri-
buyéndolo progresivamente en las escuelas, irá ganando la ver-
sión médica credibilidad y aceptación. Así en 1885 Conxo solo
cuenta con unos pocos internos, pero unos pocos años después,
1906, se ha ampliado, el manicomio ha dejado de ser una obra de
Beneficencia y se ha convertido en una sociedad mercantil que
genera beneficios económicos (véase: Torres Cubeiro, 2010). De
una lógica comunicativa religiosa, nunca del todo abandonada, se
fue adoptando una lógica comercial poco a poco perfectamente
engarzada con la emergente psiquiatría científica.
La evolución social es por lo tanto evolución comunicativa. La
comunicación funciona recursivamente de la siguiente forma: dos
sistemas se comunican cuando uno elige algo, primero, como in-
formación. Un sistema, digamos, una persona, selecciona de en-
tre una gran cantidad de posibilidades, en nuestro ejemplo hablar
del manicomio en términos de beneficencia en un periódico de en
1885. El lector, el otro sistema receptor de la emisión comunica-
tiva del periodista, debe decidir si aceptar o no esa información.
Si la acepta, y no podemos asumir que al hacerlo piense exacta-
mente en lo mismo que pretendía el autor del artículo, la comuni-
cación puede seguir. Si no acepta la intención comunicativa del
autor, la comunicación pese a ello continúa, pues la respuesta (de
no aceptación) influye en el proceso comunicativo. Desde el pun-
to de vista del sistema, la comunicación, aun siendo rechazada,
y digamos cuestionada, la comunicación continúa. Y es en esa
continuidad donde la repetición genera el sentido. Los sistemas
sociales son producto de la repetición de ese mismo proceso
con opciones, una y otra vez. La apertura del manicomio genera
flujo de comunicación en el que se genera la semántica donde su
apertura adquiere sentido. La suma de todas las aceptaciones y
de todos los rechazos determina la comprensión social, en nues-
tro caso, del manicomio. Poco a poco los cambios en el contexto
social van aumentando la plausibilidad de otras formas de enten-
der lo que es un asilo, un manicomio. Es difícil pensar que tuviera
éxito en 1885 en Galicia un artículo en una revista científica, o en
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un periódico, sobre el papel de los neurotransmisores en la asi-
milación de la serotonina en los procesos depresivos agudos. No
porque no fuera “verdad”, sino porque socialmente no se había
“evolucionado” en esa dirección.
Como vemos, todo sistema social está en permanente evolu-
ción, jugando en un conjunto de sentidos posibles que se con-
tradicen en la complejidad del flujo de la comunicación. No exis-
te la sociedad como existe una roca. No existe cultura o sentidos
socialmente compartidos como existe un río. La sociedad tiene
una realidad diferente a la ontológica de roca o el río. Es así,
porque la sociedad es comunicación en constante proceso de
mantener la permanencia. Pero a diferencia de las cosas ma-
teriales, lo social esta irremediablemente sometido el cambio.
La sociedad no es una realidad ontológica como una cosa ma-
terial, ni es una realidad psicológica como un sentimiento, sino
una realidad intersubjetiva, como lo que entendemos por amor
romántico (Luhmann, 1985). En el amor son las expectativas de
dos personas las que crean “su” amor (Harari, 2014). Por eso
solemos decir que las sociedades no aprenden, que repiten sus
mismos errores. Sociológicamente esa afirmación está mal for-
mulada, pero es válida en la comunicación social. Pero no se
puede tocar como una realidad física, aunque las consecuencias
de la comunicación social, de la sociedad, son bastante peores
que las meramente físicas. Así, el genocidio de los “deficien-
tes mentales”, en los regímenes fascistas de la segunda guerra
mundial, fue posible socialmente porque la comunicación social
le daba sentido. El miedo como herramienta comunicativa, la
pobreza económica de la depresión contextualizan la lógica del
exterminio de los “deficientes mentales” primero, para desem-
bocar después en el genocidio generalizado e industrialmente
organizado de los campos de concentración.
Recapitulando, hemos constatado nuestra ignorancia sobre
las dolencias mentales y hemos descrito los procesos sociales
por los que se generan expectativas con sentido que explican
cómo funciona el diagnóstico psiquiátrico. La ignorancia y la
complejidad son sus bases. Necesitamos recuperar la pregunta
que nos hacemos en el título del artículo titulo: ¿es posible una
sociología de las dolencias mentales? La sociología de siste-
mas nos ha delimitado la naturaleza comunicativa de la socie-
dad. Una sociología de las dolencias mentales debe por lo tanto
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describir los procesos comunicativos en los que se generan
las expectativas para que el diagnóstico psiquiátrico, aunque
basada en la ignorancia, sea aceptado y tenga sentido. Como
anunciábamos en la introducción vamos a ver cuatro ejemplos
de investigaciones en ciencias sociales que parten de la igno-
rancia y la complejidad que hemos señalado. Un primer ejem-
plo del estudio de las simplificaciones que la sociedad genera
para abordar la ignorancia y la complejidad relacionadas con
la dolencia mental son denominados imaginarios sociales de la
enfermedad mental.
IMAGINARIOS SOCIALES DE LA ENFERMEDAD MENTAL
Cuando vamos al supermercado a comprar un producto nos
enfrentamos a un reto homérico: el número de opciones es casi
infinito y debemos elegir siempre con poco tiempo. Elegir un de-
tergente para la ropa, pero: ¿de qué precio?, ¿con qué aroma?,
¿ecológico?, ¿con aditivos químicos?, ¿marca blanca o marca
comercial?, ¿tamaño?, etc. La publicidad y la presentación de
las opciones en los estantes del supermercado “guían” nuestra
elección.
De la misma manera ante un comportamiento bizarro, inex-
plicable nos enfrentamos a una tarea verdaderamente homéri-
ca: ¿es una enfermedad? o ¿es una elección “culpable” de un
individuo indeseable?, ¿se puede curar?, ¿cómo? De entre
todas las explicaciones posibles, ¿con cuál me quedo para
interpretar lo que veo?: ¿mal aprendizaje, enfermedad mórbi-
da subyacente, factores sociales o un conflicto edípico no re-
suelto? ¿violento peligroso o creador excéntrico?, ¿posesión
demoniaca o stress psicológico?, ¿vivencia invivible desde
una siempre presencia del familiar o simple rareza graciosa? O
¿desequilibrio hormonal?, o ¿desequilibrio de la serotonina? O,
puede que sea una herencia genética que el individuo no supo
manejar. Existen infinidad de opciones que aparecen en nuestra
mente para interpretar el comportamiento extraño, pero ¿con
cual nos quedamos? El sistema social a través del proceso de
socialización nos lanza a un conjunto amplio de posibilidades,
nos pone delante un “pool” semántico. Ahora tenemos que de-
cidir cual de esas posibles interpretaciones es la “verdad”. Te-
nemos que discriminar y seleccionar para encontrar el sentido,
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comunicarnos y actuar. Los imaginarios sociales son las guías
con las que poder seleccionar5.
Los imaginarios sociales no hacen desaparecer la incoheren-
cia, la ignorancia, la complejidad, el caos o las inconsistencias,
sino que alimentándose de ellos, construyen vínculos sociales.
En ese caldo de cultivo, en un contexto social complejo, apa-
recen los equipos interdisciplinares en las unidades de salud
mental (Torres Cubeiro, 2009a, 2009b). Es allí donde psicólogos,
trabajadores sociales, enfermeros y psiquiatras trabajan juntos,
comunicándose en un “pool” (caldo de cultivo) semántico con-
tradictorio, social.
Los imaginarios sociales de la dolencia mental construyen
sociedad al permitir soñar, imaginar, la cura de la enfermedad
mental. En otro lugar hemos diferenciado cuatro imaginarios so-
ciales utilizados para pensar, actuar y comprender la enfermedad
mental (Torres Cubeiro, 2012b). Uno de ellos es el dominante, el
construido sobre el modelo de enfermedad como entidad mór-
bida subyacente. Una enfermedad es, para este imaginario, una
entidad o síndrome que afecta al ser humano siguiendo un curso
predecible. La malaria, el sarampión o un catarro son ejemplos
modelo. Una dolencia se adquiere o contrae, ésta tiene un curso
de desarrollo predecible, y es por ello que los médicos pueden
detectarla a través de los síntomas; atajarla y paliar sus efectos.
En la psiquiatría se ha añadido al imaginario social de enfermedad
el adjetivo de mental, sin embargo el peso dominante perceptivo
recae en la semántica del concepto de enfermedad. El imagina-
rio social de enfermedad mental se vio reforzado al atribuir a la
química cerebral, nunca completamente comprendida, la causa
de la dolencia. Los éxitos de la biotecnología en otros campos
médicos, especialmente la genética, alimentan este imaginario
social. La promesa del proyecto Genoma Humano encierra la es-
peranza de encontrar los desencadenantes genéticos de cada
dolencia mental. La promesa de medicinas generadas con célu-
las diseñadas para cada persona alimenta no sólo a la industria
biotecnológica sino al propio sistema médico.
5 Sobre el concepto de imaginarios sociales véase: Pintos, 1995; Torres Cu-
beiro y Carretero, 2019; Torres Cubeiro, 2015, y el Grupo Compostela para el
Estudio de los imaginarios sociales, GCEIS.
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La dolencia mental como “problema psicológico” es el se-
gundo imaginario social. La psicología se diferenció entre las
disciplinas científicas al observar el comportamiento humano
gracias a lo que hoy llamaríamos “cognición”, en un sentido am-
plio. Las múltiples escuelas surgidas desde entonces compar-
ten un imaginario social del comportamiento bizarro, extraño o
caótico. Cada humano tiene una visión idiosincrática del mundo
(cognición) construida en su experiencia vital que da coherencia
a su comportamiento. La dolencia mental o el malestar psicoló-
gico, es producto de visiones ya consolidadas o aprendidas. De
alguna manera, la actuación del psicólogo detecta esos proce-
sos de aprendizaje erróneo consolidados, buscando reeducar.
Alimentándose en otros imaginarios sociales, la dolencia mental
o locura es percibida como una dolencia psicológica cognitiva
o del comportamiento que causa stress y/o una adaptación no
estable al entorno del individuo (Tyrer y Steinberg, 2006). La psi-
cología ofrece un imaginario social menos rígido que el de la psi-
quiatría, aunque emparentado con el imaginario de la enferme-
dad como entidad mórbida subyacente. Un elemento esencial
de este imaginario social son los test de diagnóstico psicológico.
Con un aurea cuasi mágica se pide al psicólogo de las unidades
de salud mental (Torres Cubeiro, 2009) que detecte los “mal-
aprendizajes”.
La sociología aparece como ciencia en el siglo XIX para ofre-
cer una descripción de un sistema social cada vez más complejo
e inabarcable (Luhmann, 2007). Uno de sus fundadores dedicó
un libro completo a un tema que aparentemente no tenía nin-
guna explicación social: el suicidio. Hablamos del clásico de
Durkheim (1989) El Suicidio. Durkheim detecto la conexión de
variables sociales con una conducta en apariencia idiosincrática.
Ya en el siglo XXI todos los manuales de sociología médica de la
dolencia mental tienen capítulos dedicados a analizar las relacio-
nes de la dolencia mental con: clase social, raza, edad, género,
estado marital, vida rural o urbana, migraciones, etc.6 La imagen
aquí construida es que está asociada a variables sociológicas,
sino ¿cómo explicar que haya más entre las mujeres?, o ¿cómo
comprender que la prevalencia y pronóstico de casi cualquier
6 Véase a modo de ejemplo: Brown, 1989; Cockerham, 2017; Gallagher, 1980;
Levison, 1971; Prior, 1993.
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dolencia mental sea peor entre las clases sociales con menos
recursos? La percepción comunicada es que la dolencia mental
aparece y se mantiene por causas sociales (Tyrer y Steinberg,
2006: 99-105).
El cuarto imaginario social es el proveniente del psicoaná-
lisis. El imaginario social psicoanalítico percibe la locura como
conflicto emotivo provocado por el trance edípico. Cada huma-
no vive un deseo que ha de reprimir, con esa represión, según
Freud, nos educamos y socializamos. Ese conflicto edípico crea
en cada humano un inconsciente con unas reglas idiosincráti-
cas. Al seguirlas cada uno de nosotros se relaciona con el mun-
do. La psicosis y la neurosis, conceptos creados pro Freud, son
dos formas patológicas de resolver “en falso” el deseo y su ne-
cesaria represión. En el imaginario social el médico psiquiatra
se encargaría de los casos más psicóticos, dejando para el psi-
coanalista los casos de neurosis. Su parecido con el imaginario
social psicológico es evidente, pero lo diferenciamos de aquél
por su importancia en la semántica de los imaginarios sociales
de la locura.
Sociológicamente no es relevante si el imaginario social apor-
ta verdad o no, sociológicamente describimos cómo sirven para
construir sentido comunicativo donde no lo había. Pues un sis-
tema social no se arriesga en una única apuesta, sino que los
imaginarios sociales de la dolencia mental siguen siendo múlti-
ples e incoherentes. De ahí que la labor del sociólogo sea expli-
car porque al “comprar” en el supermercado de ideas seleccio-
namos para nuestro vecino, hermano, paciente o familiar, uno
de los imaginarios sociales y no los otros. La semántica social
ofrece un amplio universo de significado donde “comprender” lo
incompresible en su complejidad.
Como vemos, la locura o la enfermedad mental son definidas
socialmente en la comunicación social. Los imaginarios sociales
simplifican esa complejidad y permiten el manejo de la ignoran-
cia, La ignorancia de sus causas y la complejidad de su naturaleza
nos han servido para definir como es construida socialmente su
definición. Antes de entrar en la delimitación de las posibilidades
de una sociología de la dolencia mental, hemos de detenernos en
dos asuntos: por un lado lo que se ha denominado alfabetización
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en salud mental, y por otro la compresión del estigma asociado a
las dolencias mentales en todas las sociedades.
ALFABETIZACIÓN EN SALUD MENTAL: COMUNICACIÓN DE LA
IGNORANCIA
La OMS señala que un 25% de la población está en riesgo de
padecer una enfermedad mental (Sturgeon, 2006). Un 25% de
las familias tienen un miembro con una persona con una dolencia
mental (Jorm, 2012). Los trastornos mentales suponen un 17%
de la discapacidad a nivel mundial (Alonso et al., 2013). Un infor-
me de 2010 sobre “enfermedades del cerebro” eleva a un 33%
el riesgo en Europa de padecer estas dolencias (Olesen et al.,
2012). Aplicado a España (Parés-Badell et al., 2014) el impacto
económico de los trastornos relacionados con el cerebro ronda
el 8% del PIB suponiendo un gasto de unos 1.700 euros per cá-
pita anuales y unos 2.500 anuales para cada persona afectada
(Olesen et al., 2012; Parés-Badell et al., 2014). Además, según
la OECE en países desarrollados el impacto de costes directos e
indirectos asociados a las dolencias mentales es superior al 4%
del PIB (OECD, 2014).
Mientras tanto sólo una minoría de la población busca ayuda
el primer año de la aparición de los síntomas iniciales para lo que
será posteriormente un diagnóstico de dolencia mental (Jorm,
2012, pp. 1-2). Los estudios indican que se tarda una media 15
años en reconocer y/u obtener un diagnóstico para las enferme-
dades mentales (Jorm, 2012, pp. 1-2). Lo cual conlleva un re-
traso en la búsqueda de tratamientos o terapias (Jorm, 2012, p.
2), aumentando riesgos y costes. Dado que el desarrollo de las
dolencias mentales es mayoritariamente en la primera juventud
y la adolescencia, pero tienden a convertirse en enfermedades
crónicas, la incidencia y coste se multiplican (Alonso et al., 2013).
En claro contraste con estos datos epidemiológicos, Jorm
(2012) indica que el gasto en salud mental no se corresponde
este impacto en la población. En España, según datos del Banco
Mundial (2016), el gasto general en salud (privada y pública) era
del 9.6% del PIB en 2010, bajando hasta el 8.9% en 2013. La
media de la Unión Europa ronda el 10% del PIB en las mismas
fechas. Pero del montante total del gasto sanitario en Europa, el
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10% se destina a programas de salud mental, bajando en España
hasta un 5% del gasto sanitario (Ministerio de Economía y Com-
petitividad, 2014, pp. 10–14).
Existe pues una discrepancia entre el impacto de las dolen-
cias mentales (25 % población) y el gasto dedicado a ellas: entre
un 5% y un 10% del gasto total sanitario, que no supera el 10%
del PIB. Tenemos pues una contradicción entre lo que sabemos
sobre las dolencias mentales, su incidencia en las poblaciones y
los recursos asignados a ellas. Esta discrepancia no es un pro-
blema médico, ni un problema económico. Es un problema so-
cial. La sociología, consciente de esta evidencia, ha generado los
tres conceptos. Veamos primero el concepto de Alfabetización en
Salud Mental acuñado en 1997 en Australia.
El concepto de Alfabetización en Salud Mental aparece en un
artículo en 1997 del australiano A.F. Jorm. En este primer artículo
(Jorm et al., 1997), Jorm presenta una encuesta en Australia y de-
fine la ASM con varias dimensiones. Así, la ASM es definida como
“el conocimiento y las creencias sobre desórdenes
mentales que ayudan en su reconocimiento, manejo y
prevención. La alfabetización en salud mental incluye: la
habilidad para reconocer desórdenes específicos; el cono-
cimiento sobre cómo buscar información en salud men-
tal; el conocimiento de los riesgos y las causas, y de los
posibles tratamientos tantos profesionales como de auto
ayuda; y las actitudes que promueven el reconocimiento
de adecuadas búsquedas de apoyo”(Jorm et al., 1997, pp.
182-3).
En una publicación reciente (Jorm, 2015) Jorm describe cómo
desde 1995 ha habido en Australia sucesivas campañas en las
que se ha buscado aumentar la alfabetización del público en ge-
neral en temas de salud mental. Jorm alude a una campaña cen-
trada en la depresión, Beyond Blue, (Jorm, 2015, p. 1167), y otra
centrada en mejorar las actitudes de la población en general para
ayudar en casos de dolencia mental, Mental health first aid (Jorm,
2015, p. 1167). Quizás lo más significativo es que Jorm constatan
la escasa eficacia de campañas bien intencionadas. Jorm apunta
como causa, el no tener en cuenta lo que sí sabemos sobre en-
cuestas ya realizadas en alfabetización en salud mental.
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Jorm anota la escasa eficacia de las campañas no diseñadas
sin un previo estudio de la población y de aquellas campañas
estatales no pensadas para atajar dimensiones específicas (no
generalistas) de la ASM (Jorm, 2015, p. 1160). Indica además la
importancia de ese trabajo de diseño para no incrementa, como
veremos, el estigma asociado a las dolencia mentales. Es decir,
sin tener en cuenta el conocimiento ya existente las campañas
que buscan aumentar el conocimiento en salud mental, no sólo
no lo logran, sino que aumentan el estigma asociado a las dolen-
cias mentales.
ESTIGMA EN SALUD MENTAL: LAS EXPECTATIVAS GANAN EN LA
COMUNICACIÓN
Un elemento clave para entender la distancia entre el conoci-
miento científicamente contrastado y lo que la población gene-
ral conoce de las dolencias mentales proviene del concepto de
estigma social, acuñado por Goffman en clara relación con esta
temática. E. Goffman en 1963 escribe su obra Estigma (1980).
Una identidad estigmatizada, argumenta Goffman, surge en un
proceso social donde las interacciones con los otros lo desvían
de lo considerado como identidad normal. El estigma nace de la
interacción con el grupo, subraya Goffman. En una obra poste-
rior, Internados (Goffman, 1972), el mismo autor analiza la situa-
ción de los diagnosticados como enfermos mentales utilizando
el concepto de estigma. Goffman describe los procesos por los
que en los manicomios (instituciones totales en su terminología)
se aprende a manejar la vida con la dolencia mental dentro del
estigma con el que socialmente se la etiqueta. Posteriormente la
sociología de la desviación ahondó en la etiquetación como fenó-
meno sociológico principal en el proceso de construcción social
de la dolencia mental7.
En los años 90 del siglo XX, con una orientación pragmáti-
ca, Bernice Pescosolido inicia un esfuerzo investigador sobre el
estigma asociado a las dolencias mentales. En 1992 Pescosoli-
do publica un artículo titulado: Beyond rational choice: the social
dynamics of how people seek help (Pescosolido, 1992a). En él
fundamenta con resultados de encuestas nacionales en EEUU un
7 Véase entre otros Becker, 1971, 1973; Scheff, 1975b, 1975a.
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modelo donde la atribuida decisión individual racional al selec-
cionar ayuda médica, se muestra errónea. Por lo tanto, el sentido
común que nos indica cómo toman las personas sus decisio-
nes está equivocado. Pescosolido señala que son los “patrones
construidos socialmente para tomar decisiones” de salud los que
explican el comportamiento individual (1992a, p. 1096), no la atri-
buida racionalidad.
Con esta investigación inicia Pescosolido una larga carrera de
investigaciones sobre cómo el estigma asociado a las dolencias
mentales media en la percepción que tenemos sobre ellas, pero
también en las campañas diseñadas, como veremos, para paliar-
lo. En años sucesivos publica con otros investigadores artículos y
capítulos de libros apoyando esta afirmación8. Resumimos breve-
mente las principales aportaciones de este esfuerzo. La decisión
de acudir o no a un especialista está mediada por las reacciones
del medio y los otros significativos del individuo, sin que el cálcu-
lo racional se muestre en las encuestas como el procedimiento
decisivo en la toma de decisiones. Son las reacciones al estigma
percibido, argumenta Pescosolido, las que explican la decisión
de no acudir al especialista médico antes los primeros síntomas,
o la decisión de no contar lo que estamos viviendo a nuestra
familia o en el trabajo: “los síntomas de enfermedad mental se
mantienen fuertemente conectados para el público con temores
sobre su potencial violencia y con deseos de distancia social”
(Link, 1999, pp. 1328). La lejanía deseada del diagnosticado con
una dolencia mental y la atribución de una posible violencia, dos
elementos estigmatizantes, son repetidamente encontradas en
la literatura especializada. Esto conlleva inevitablemente efectos
negativos para los diagnosticados con estas dolencias: difícil-
mente buscarán a un psiquiatra por temor al estigma asociado, a
la percepción atribuida al diagnóstico, sea cierta ésta o no (Link,
1999, pp. 1332-3).
En una publicación posterior Pescosolido apunta otra carac-
terística del estigma: aquellos que atribuyen los problemas men-
tales a causas estructurales, no a causas genéticas o biológicas,
tienen más probabilidad de desear una mayor cercanía con los
8 A modo de ejemplo véase: Alegría et al., 1997; Pescosolido, B., 1992b; Pes-
cosolido, 1993, 1996, 2016; Pescosolido et al., 1998; Pescosolido & Boyer, 1999;
Pescosolido y Martin, 2015) 5
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diagnosticados (Martin et al., 2000, p. 208). En consecuencia,
propone que las campañas de educación en salud mental tengan
en cuentas estos datos repetidamente contrastados. Su trabajo
nos hace entender científicamente cómo media el estigma en la
toma de decisiones, destinada a la lucha contra el estigma y sus
consecuencias.
Resumiendo, Pescosolido analiza las relaciones entre alfa-
betización y estigma en un artículo de 2013 titulado: The Public
Stigma of Mental Illness (Pescosolido, 2013). El artículo concluye
con la afirmación de que la percepción de la violencia como algo
esencial y asociado a la Dolencia Mental no ha perdido importan-
cia social, sino que los datos sugieren que esa asociación per-
siste en el tiempo e, incluso, ha aumentado (Pescosolido, 2013).
Jorm, el mismo autor de referencia en ASM, señala esta relación
con el estigma:
“Aunque se ha detectado una mejora en las escalas que
miden la alfabetización en salud mental, esta mejora no va
asociada con una reducción de la percepción de peligro-
sidad o impredecibilidad percibida en las personas con un
diagnóstico de dolencia mental, si se ha reducido el deseo
de distancia social respecto de la dolencia mental” (Rea-
vley, Morgan, y Jorm, 2014).
Es decir, coincidiendo con la bibliografía sobre Alfabetización,
los estudios de sociología médica de las dolencias mentales cen-
tradas en el estigma apuntan a que las campañas de información
que no tienen en cuenta la literatura sobre el tema contribuyen en
el mantenimiento del estigma, explicando la distancia o contra-
dicción que señalábamos.
MODELOS BASADOS EN AGENTES: UN PEQUEÑO SESGO
MARCA LA DIFERENCIA
El premio nobel de economía T. Schelling propuso un modelo
matemático para explicar la segregación racial (Clark y Fossett,
2008). Con su modelo se podía explicar cómo un pequeño ses-
go racista podía dar lugar a barriadas racialmente segregadas.
Cada individuo se define para sí mismo como “no muy racis-
tas”, “no me importa vivir con vecinos que no son como yo,
siempre que no me superen en número”. Schelling construyó un
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algoritmo explicativo sobre la base de este “racismo moderado”
explicando cómo precisamente ese tipo de racismo da lugar a
comunidades completamente segregadas por raza.
Los modelos basados en agentes (Agent-based modeling)
aplican la misma lógica de Schelling y ofrecer representaciones
gráficas de cómo se produce esa segregación (Wilensky y Rand,
2015)9. Se fundamentan en que las decisiones individuales no
coordinadas pero siguiendo reglas simples dan lugar, o más bien,
hacen emerger comportamientos complejos. El ejemplo de los
estorninos al que nos referíamos anteriormente sería un ejemplo.
En la lógica del modelo planteado por Schelling sobre el racismo,
cuando un hombre blanco decide comprar una casa en un barrio
determinado, y no en otro, su racismo moderado le lleva a preferir
un barrio donde no abunden vecinos de color, o gitanos. De la
misma manera que un estornino se mueve decidiendo en función
de la percepción de los pájaros a su alrededor para no chocar,
y la suma de las decisiones de los estorninos hace emerger un
patrón ordenado; de la misma manera el “racismo moderado”
explica el complejo comportamiento que da lugar a barriadas
segregadas con blancos, gitanos o negros como población ma-
yoritaria. Cada persona sólo elige en función de una percepción
social, pues prefiere “aquellos que son parecidos a él mismo”, o
más bien, percibidos como “parecidos a él mismo”.
Si rebobinamos en nuestra argumentación. Hemos visto que:
(1) no sabemos a ciencia cierta que es o causa un dolencia men-
tal; (2) lo que sabemos sobre las dolencias mentales, así lo dictan
los estándares científicos, es que son algo complejo (elementos
biomédicos, psicológicos y socio culturales); por lo tanto, (3) lo
que “sabemos” sobre las enfermedades mentales es que son
construcciones sociales, simplificaciones de esa complejidad
(los imaginarios sociales de las dolencias mentales eran un ejem-
plo); como nos mostraban los índices de alfabetización en salud
mental, el estigma asociado a estas dolencias y las dificultades
de la sociología médica. ¿Es por ello posible una sociología mé-
dica de las dolencias mentales?
9 Las herramientas como NET-LOGO, SWARM, REPAST, ASCAPE, MASON o
BRAVE ofrecen representaciones gráficas basadas en modelaje basado en agen-
tes (Wilensky y Rand, 2015).
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CONCLUSIÓN: ¿UNA SOCIOLOGÍA MÉDICA DE LAS DOLENCIAS
MENTALES?
A lo largo de este artículo hemos abordado dos hechos in-
contestables. Por un lado la ignorancia sobre las causas de la
dolencia mental. Por otro lado, la complejidad como el elemento
en el que emerge la comunicación, es decir la sociedad. Sán-
chez Moreno no tiene en cuenta esta naturaleza de la sociedad.
La sociología no estudia entes ontológicos o realidades psicoló-
gicas. La sociología estudia las simplificaciones generadas para
manejar la ignorancia y la complejidad. Por eso, desde una pers-
pectiva sociológica la enfermedad y la salud son construcciones
sociales. Es evidente por lo tanto que la forma en la que se difun-
de la información sobre una dolencia condiciona su percepción,
su evolución y su realidad. La sociología de la medicina se centra
en la comprensión y descripción de esos procesos sociales y
culturales en la construcción social de la enfermedad y de la
salud. En este artículo hemos abordado algunos de los asun-
tos estudiados sociológicamente partiendo de esta perspectiva
constructivista al tener en cuenta la ignorancia de las causas y
su carácter complejo.
En conclusión, la sociología médica de la dolencia o enferme-
dad mental sí es posible. Para ello ha de partir de la aceptación,
tanto de la ignorancia científica sobre su etiología, como de las
simplificaciones que los sistemas sociales hacen emerger para
su manejo. El reto esta ahí10.
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en particular (con la excepción quizás de la antropología médica) está aún por
hacerse.
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