Resumen
MONOGRÁFICO 6:
El “malestar” que no tiene nombre:
Investigadoras en tiempos de Covid19
águeda gómez suáRez
PRofesoRa titulaR soCiología, univeRsidade de vigo
agueda@uvigo.es
iRia vázquez silva
PRofesoRa ayudante doCtoRa, univeRsidade de vigo
ivazquez@uvigo.es
Resumen: En el actual contexto pandémico emerge
un escenario de desigualdad entre mujeres y hombres
muy preocupante derivado de las desigualdades que se
han agravado durante esta pandemia global. Este artí-
culo examina cómo la pandemia de la COVID19 ha im-
pactado en la brecha de género existente en la ciencia y
en las consecuencias que esto ha originado en la salud
y calidad de vida de las mujeres académicas. A través
del análisis de varios estudios realizados en nuestro país
y de la literatura científica internacional, se concluye
que el confinamiento ha actuado como acelerador de la
desigualdad entre académicos y académicas, derivado
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principalmente la “brecha de cuidados” y de la división sexista del trabajo
que aún pervive en la academia, provocando un deterioro y precarización
de las condiciones de trabajo de las investigadoras: más agotamiento,
menos horas de sueño, más cansancio, más horas de teletrabajo acadé-
mico, trabajo reproductivo y de cuidados y con menos tiempo disponible
para sí mismas, y en consecuencia, menos producción científica frente
a sus compañeros varones, con las futuras consecuencias en la brecha
salarial que ello va a significar.
Palabras clave: Brecha de género, COVID19-19, Cuidados, Ciencia,
Sexismo, salud mujeres.
The “malaise” that has no name:
researchers in times of Covid-19
Abstract: In the current context of the pandemic a scenario emerges of
a very disturbing inequality existing between men and women deriving from
the disparities that have worsened during this global pandemic. This arti-
cle examines the way Covid-19 has affected the gender gap that exists in
science and in the repercussions it has had on the health and quality of life
of female academics. Through the analysis of various studies conducted in
our country, along with the international scientific literature, it is concluded
that lockdown has accelerated disparities between male and female acade-
mics, mainly due to the “care gap” and the sexist division of work that still
persists in academia. This has led to the deterioration and precariousness
of the working conditions of female researchers: more exhaustion, fewer
hours of sleep, greater fatigue, more hours of academic telework, care and
reproductive work, and with less time available for themselves, and conse-
quently, less scientific production compared to their male colleagues, with
the future repercussions in wage disparities that this will entail.
Key Words: Gender gap, Covid-19, care, science, sexism, women’s
health.
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M6: El “malestar”
que no tiene nombre:
Investigadoras en tiempos
de Covid19
Águeda
Gómez Suárez
Iria
Vázquez Silva
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Recibido: 06/07/2021
Aceptado: 01/10/2021
INTRODUCCIÓN: INVESTIGADORAS CONFINADAS Y “BRECHA
DE CUIDADOS”
En el mundo estamos asistiendo a una situación insólita de-
rivada de la pandemia generada por el coronavirus que nos ha
obligado a confinarnos en nuestras casas durante varios meses.
En el caso español, se decretó el estado de alarma entre el 15 de
marzo y el 20 de junio de 2020, lo que ha marcado un antes y un
después en la sociedad española.
Este contexto pandémico ha profundizado el escenario de
desigualdad entre mujeres y hombres de manera muy preocu-
pante, derivado de la división sexual del trabajo propia de las so-
ciedades patriarcales y la “brecha de cuidados” que aún pervive.
En este sentido, las mujeres están siendo uno de los grupos ciu-
dadanos más afectados, de un modo específico, por la COVID19,
al ser mayoría entre el personal sanitario y la “clase cuidadora” en
la primera línea de batalla contra este virus con el consiguiente
severo aumento de su vulnerabilidad vital.
En efecto, el 70% del personal sanitario y la clase cuidadora
en el mundo son mujeres (ONU Mujeres, 2020). Según el Instituto
de la Mujer, en España, las mujeres representan el 68% del per-
sonal sanitario, y de ellos, el 50% son médicas, el 72% farmacéu-
ticas, el 81% psicólogas y el 84% enfermeras. Es decir, son las
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mujeres la primera línea en el frente en esta “batalla” contra el vi-
rus. Esto ha ocasionado que más del 76% del personal sanitario
contagiado en España sean mujeres. Este hecho ha obligado a
muchas trabajadoras a realizar su trabajo en remoto, confinadas
con las hijas, hijos y mayores dependientes en casa por el cierre
de escuelas y centros de día (Zsuzsa et al, 2020; Baena, 2020;
Alfageme y Lucas, 2020). La academia no fue ajena a todo ello.
En algunos de los estudios nacionales realizados sobre el im-
pacto de la COVID19 entre las académicas y académicos (Insti-
tuto de la Mujer 2020; Unidad de Mujer y Ciencia 2020; Supera-
UCM 2021; Unidad de Igualdad-UVigo, 2020), se concluye que
las mujeres en la academia se han sentido agotadas y exhaustas,
experimentando cierta erosión en su bienestar, descanso, salud
y calidad de vida de, sobre todo, madres investigadoras. Ellas
duermen menos, descansan menos, dedican menos tiempo a
sí mismas y descuidan su bienestar a favor del cuidado de los
otros miembros del hogar. En efecto, en la investigación realizada
en la Universidade de Vigo (Unidad de Igualdad-UVigo, 2020) se
observa que cinco de cada diez mujeres encuestadas afirmaron
no disponer de tiempo para ellas, disminuyendo hasta quince
puntos en el caso de los hombres. Cuando se preguntó sobre el
reparto de tareas del hogar, se evidenció de nuevo la feminiza-
ción del trabajo reproductivo. De nuevo, el mandato patriarcal de
socialización sexista destinado a las mujeres como “seres para
otros” ha determinado la respuesta a esta pandemia.
¿Cómo están viviendo esta situación los y las académicas?
Las primeras observaciones parecen apuntar a que la inicial bre-
cha de género en la producción científica se está incrementando
en esta cuarentena, derivado de la brecha de cuidados que per-
vive en las sociedades occidentales, pero también derivado del
sexismo y la misógina estructural que existe en el mundo cien-
tífico en general (De Miguel, 2021; Minello, 2020; Criado, 2020).
A lo largo de este artículo realizaremos un análisis de género
del impacto del confinamiento en el incremento de la desigualdad
entre mujeres y hombres, examinando los factores que están dila-
tando la brecha de género en este ámbito. Haremos una contex-
tualización internacional, pero también manejaremos datos a nivel
español. Por el momento, los estudios en marcha y publicados son
incipientes y parciales, fruto del escaso financiamiento e interés
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público y privado para los estudios de impacto de género; no obs-
tante, resulta imprescindible realizar una recopilación exhaustiva
de los trabajos realizados para ir construyendo un diagnóstico de
dicho impacto de género en la ciencia a partir de la pandemia.
ELLAS CONCILIAN SIEMPRE, ELLOS OCASIONALMENTE.
ESTRUCTURAS DE LA “NO CONCILIACIÓN” EN LA CIENCIA.
La arqueología, la antropología y la filosofía feminista nos re-
cuerdan que los seres humanos somos seres “cuidables” más
que sociales (De Miguel, 2021), señalando que uno de los pri-
meros rasgos civilizatorios de toda sociedad humana es el sis-
tema de cuidados1 que abarca la domesticidad, las actividades
de mantenimiento, la crianza, la socialización y el cuidado de de-
pendientes. Si bien ha habido sociedades que han subsistido sin
agricultura o metalurgia, no hay ninguna sociedad a lo largo de la
historia que haya sobrevivido sin un sistema de cuidados mínimo.
Esta estructura de cuidados resulta una estrategia imprescindible
en una especie como la nuestra donde, por ejemplo, nuestros
bebés requieren 21 meses para llegar a término, lo que obliga a
una asistencia y cuidados intensivo el primer año de vida de los
mismos (Sánchez, 2018).
En la actualidad todo ese tipo de actividades esenciales e
ineludibles resulta un trabajo invisible, infravalorado y penaliza-
do económicamente. Habitualmente lo realizan las mujeres en
jornadas interminables de trabajo, que se traducen en que las
trabajadoras madres en España pierdan hasta el 19,5% de su
1 Ira Byock, una autoridad en medicina paliativa, cuenta esta historia en su
libro The Best Care Possible: A Physician’s Quest to Transform Care Through the
End of Life (2012):
“una vez alguien le preguntó a la antropóloga Margaret Mead cuál conside-
raba que era la primera evidencia de civilización. Ella respondió: “-Un hueso del
muslo humano con una fractura curada encontrada en un sitio arqueológico de
15,000 años de antigüedad”. ¿Por qué no herramientas para la caza o artefac-
tos religiosos o formas primitivas de autogobierno comunitario? Mead señala que
para que una persona sobreviva con un fémur roto, es necesario que fuese cui-
dada lo suficiente como para que ese hueso sanara. Otras personas debieron
haberle proporcionado refugio, protección, comida y bebida durante un período
prolongado de tiempo para que este tipo de curación sea posible”. La gran antro-
póloga Margaret Mead sugiere que la primera indicación de la civilización humana
es el cuidado a lo largo del tiempo de alguien” (Byock, 2012:298).
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masa salarial, una tendencia que continúa incluso diez años des-
pués del primer parto, de manera que, según el Banco de España
(2020) «a lo largo de los años, las ganancias de las mujeres nunca
vuelven a los niveles previos a la maternidad». De hecho, señala,
diez años después del nacimiento de su primer hijo, la pérdida
de ingresos con respecto a la situación previa a la maternidad se
estabiliza en el entorno del 33%, a mucha distancia de la dismi-
nución que muestran los hombres (-5%). De este modo, el Banco
de España cifra en un 28% la brecha que genera la maternidad
en los ingresos de las mujeres respecto a los de los varones al
cabo de una década de ser madres: más tiempo para cuidados,
menos trabajo remunerado, más precariedad (De Quinto, Hospi-
do y Sanz, 2020).
Hace una década, la investigadora del CSIC María Ángeles
Durán (2000) cuantificó el trabajo invisible, no remunerado, de los
cuidados y dedujo que equivalía a 28 millones de empleos. En-
tonces ese tipo de trabajo era un 30% más alto que todo el mer-
cado laboral anual. En la actualidad, en España estas cifras supo-
nen el 15% del PIB, según la OIT. Las mujeres, de media, dedican
el doble de tiempo que los hombres a las tareas domésticas y de
cuidados familiares en los países de la OCDE; en países en vías
de desarrollo las mujeres dedican cinco veces más tiempo a los
cuidados que los hombres. En España, las mujeres emplean cada
día, dos horas y cuarto más que los hombres en las tareas del ho-
gar, según la última Encuesta de Uso del Tiempo del INE (2011).
España ya era un país débil en términos de conciliación antes de
la pandemia. El Estado de Bienestar español “familista” se ca-
racteriza por seguir un modelo asistencial, con una protección de
baja intensidad, en donde la responsabilidad de la provisión de
las necesidades de los miembros de una familia le corresponde
a la misma, en especial a “determinados” miembros de la familia
-las mujeres-, las principales proveedoras de cuidados: gestión
del hogar, crianza de la progenie, asistencia a personas con dis-
capacidad y/o dependencia (Moreno, 2002; Sapir, 2005).
Entonces ¿quién cuida, ayuda a hacer deberes, alimentar,
atender, etc. a la prole familiar? Y no hay que olvidar que la crian-
za es un trabajo de cuidados especializado y muy intenso que
requiere un fuerte gasto de energía y dedicación.
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Un estudio reciente señala que la mitad de las parejas pasan
de un reparto equitativo y corresponsable de las tareas del hogar
hacia una división tradicional y desigual entre géneros después
del nacimiento del primer hijo o hija, incluso en parejas donde
ambos miembros tienen ingresos similares. Por lo tanto, se dedu-
ce que una división equitativa del trabajo doméstico no conduce
automáticamente a una división equitativa del cuidado infantil,
debido a la influencia de las expectativas prenatales de hombres
y mujeres en torno a la maternidad/paternidad (González et al.,
2018). Además, aunque se estuviera ante una situación de “crian-
za equitativa” en el hogar, la maternidad supone un desgaste fí-
sico y mental mayor en la mujer: el embarazo, el parto, el puer-
perio y la lactancia (recuerde que la organización de salud global
recomienda un mínimo de 2 años de lactancia por niño) no puede
compararse con el provocado por la paternidad.
En este sentido, la Comisión Europea en su publicación siste-
mática SheFigures indica que más de la mitad del estudiantado
europeo son mujeres, pero éstas representan solo el 33% de
las personas investigadoras y menos de un 15% alcanzan titu-
laridades universitarias. Obviamente, esta brecha de género se
incrementa a medida que la carrera avanza (Comisión Europea,
2015, 2018).
En efecto, la fase más dura y competitiva de las misma coinci-
de biológicamente con el cuidado de las niñas y los niños peque-
ños. El reloj biológico actúa como un lastre en la carrera científica
de las mujeres (Ledin et al., 2007; Zuckerman et al., 1991). Estos
roles tradicionales provocan que, en general, las mujeres asuman
más cargas familiares que sus compañeros hombres y que, por lo
tanto, ajusten más sus carreras debido a este factor. Como con-
secuencia, publican menos y progresan académicamente más
lentamente al tener su tiempo de trabajo más restringido. Todo
ello genera que ellas tengan menos posibilidades de patrocinio y
menos apoyo de las personas supervisoras, una vez que deciden
tener familia, lo que favorece que sean las carreras de las mujeres
las que son penalizadas por tener descendencia, y no la de los
hombres (aunque ellos tengan hijos/as).
Por otro lado, en el campo académico, esto produce el re-
traso en la conquista de incentivos salariales (sexenios, cargos,
etc.) debido a los obstáculos derivados de la conciliación y de la
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“división sexual del trabajo académico”, siendo ellas las encar-
gadas del trabajo académico “doméstico” que requiere mucho
esfuerzo, ocupa mucho tiempo, suele ser tedioso y no suele ir
acompañado de compensaciones retributivas, de prestigio o de
reconocimientos. También se traduce en que en nuestro país el
49% de las investigadoras en España sean mujeres, pero solo el
30% sean líderes de proyectos, según el informe Científicas en
cifras del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades. Esta
situación es analizada en estudios tales como «Estudio sobre la
brecha salarial de género en la Universidad de Valencia», reali-
zado por la Catedrática de sociología Capitolina Díaz, Marcela
Jabbaz y Teresa Samper (2016) y en el «Informe de análisis de las
trayectorias profesionales de las mujeres en la Universidade de
Vigo» (2016), donde se concluye que las trayectorias de las profe-
soras de la Universidade de Vigo muestran un perfil marcado por
el esfuerzo, la constancia, el afán de superación, el sacrificio, la
lucha contra los estereotipos presentes en el entorno y la propia
institución, así como la difícil compatibilidad entre las responsa-
bilidades familiares y la propia carrera académica en lo que res-
pecta a la docencia, la investigación y la gestión.
La COVID19 ha puesto de manifiesto, con toda su crudeza, la
denominada por los estudios de género “crisis de los cuidados”
que lleva décadas asentada en nuestra sociedad. La literatura
especializada demuestra cómo la maternidad y los cuidados aso-
ciados suponen uno de los frenos importantes en las carreras de
las científicas; durante la pandemia este desequilibrio ha salido a
la luz de forma muy evidente.
CIENCIA Y BRECHA DE GÉNERO: LA HEROICIDAD DE LAS
CIENTÍFICAS
Partiendo de este panorama, la pregunta es ¿qué ocurre en el
caso de las mujeres académicas confinadas? ¿cómo está afec-
tando a su trabajo y, en concreto, a su producción científica? Los
estudios consultados a nivel internacional apuntan que las muje-
res investigadoras con hijos e hijas menores de 11 años publica-
ban un 41% menos de artículos que sus colegas (Kyvik y Teigen,
1996). Durante la COVID19, las mujeres enviaron menos artículos
que los hombres, un 2,7% frente al 6,4%, respectivamente (King
y Frederickson, 2020).
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También los editores de tres revistas norteamericanas espe-
cializadas señalan que están recibiendo menos trabajos de muje-
res que de hombres durante este encierro global. En algún caso,
hasta un 50% menos de ellas respecto al mismo mes del 2019.
En otro, firman solo un 17% del total (Kitchener, 2020).
Así mismo, la Asociación Europea de Economía, dedicada a
publicar artículos científicos señala que, durante el primer mes de
confinamiento, los artículos que recibieron para su publicación
por parte de hombres académicos o investigadores, crecieron
siete puntos respecto a un año antes. Los que recibieron de mu-
jeres investigadoras bajaron exactamente en la misma cantidad,
siete puntos (Minelo, 2020).
El ámbito de la astrofísica igualmente es un campo en que
la COVID19 parece estar teniendo un efecto desproporcionado
en las mujeres académicas, señala Andy Casey Kitchener (2020),
investigador de astrofísica en la Universidad de Monash, quien
analizó un número de envíos a los «servidores de preimpresión»
de la astrofísica, donde el personal académico publica versiones
tempranas de sus artículos. Casey comparó los datos de enero a
abril de 2020 con el mismo período de años anteriores, y conclu-
yó que esa pérdida puede ser en torno a la mitad de la producti-
vidad del año anterior.
En otros campos del conocimiento está ocurriendo lo mismo.
En efecto, Elizabeth Hannon, editora adjunta del British Journal
for the Philosophy of Science, indicó que los números no se pa-
recen a nada que observara antes. Se bien la revista “Compara-
tive Political Studies”, una revista que publica 14 veces al año,
recibió el mismo número de envíos de mujeres este año que el
año pasado, el número de envíos de hombres aumentó más del
50%, según el coeditor David Samuels. Otras revistas solo ob-
servaron una disminución en el número de artículos escritos en
solitario presentados por mujeres: los envíos son estables para
las mujeres que trabajan como parte de un equipo. En definitiva,
los hombres están enviando hasta un 50 por ciento más de lo que
normalmente harían (Kitchener, 2020).
Tres son los estudios principales que vamos a presentar en
este apartado, por un lado, el realizado por la Unidad de Mujeres
y Ciencia (UMYC, 2020), del Ministerio de Ciencia e Innovación,
sobre el impacto del confinamiento en el personal investigador
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donde se analizan las respuestas de 1.563 investigadores e in-
vestigadoras, pertenecientes a organismos públicos de inves-
tigación durante los días 2 al 17 de julio de 2020. Por otro, el
estudio realizado desde la Universidad Complutense de Madrid
a través del proyecto SUPERA, presenta una encuesta contesta-
da por 1.531 académicos y académicas durante el 18 de junio y
estuvo abierta hasta el 8 de julio de 2020 (SUPERA, 2021). Por
último, la investigación “Violencia estructural contra las mujeres.
Género e investigación científica en la Universidade de Vigo en
tiempos de COVID 19” realizado desde la Unidad de Igualdad, en
donde se realizaron 275 cuestionarios y dos entrevistas grupales
al personal docente e investigador de esta universidad, entre julio
y septiembre de 2020 (Unidad de Igualdad, 2020) 2.
A continuación, se presenta una tabla sintética donde se re-
sumen y comparan de modo muy genérico, los resultados más
relevantes obtenidos en las tres investigaciones:
TOTAL
ENCUESTAS
BRECHA
CUIDADOS
PRODUCCIÓN
CIENTÍFICA
ENVÍO
PAPERS
CARGA
MENTAL
UMYC
1.563 cues-
tionarios
58 % Mu-
jeres
42 % Hom-
bres
Limpieza en el ho-
gar en exclusiva:
50% de las mujeres
20% de los hom-
bres.
Tareas de cuidado
principalmente:
43,8% de las
mujeres 18,3% de
los hombres
Productivi-
dad científica
afectada por
responsabilida-
des domésticas
y de cuidados:
33% de mujeres
25% de hom-
bres
Ninguna
publicación
durante el
confinamien-
to: 33,1%
mujeres
27,9% hom-
bres
Complica-
ciones para
desarrollar
obligaciones
laborales:
63,9% mu-
jeres, 71,3%
mujeres con
dependientes
57,8% hom-
bres
SUPERA
1.531cues-
tionarios
49,5%Mu-
jeres
41,5%
Hombres
Horas dedicadas a
la limpieza:
Xx2 (2 hora y media
más) mujeres
X hombres
Dificultad para
trabajar sin
interrupciones,
36,1% mujeres
25,6% hombres
Los hombres
han estado
trabajando
y enviado
a publicar
más que las
mujeres
Afectación del
estado emo-
cional: 16%
mujeres 8,2%
hombres.
2 Esta investigación pudo realizarse gracias a la financiación derivada del
Pacto de Estado contra la Violencia de Género que la Consellería de Emprego e
Igualdade y la Secretaría Xeral de Igualdade de la Xunta de Galicia destinó a las
universidades gallegas durante el año 2020.
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UVIGO
275 cuestio-
narios
54% Mujeres
46% Hom-
bres
La carga de trabajo
de cuidados y
reproductivos:
Incrementó más del
50% mujeres
Incrementó 17%
hombres.
Proyectos investi-
gación solicitados:
11,3% mujeres
18,3% hombres
Dificultades para
conciliar trabajo
remoto y familiar:
17,4% mujeres
7,1% hombres
Disminución
actividad investi-
gadora afectada:
33,8% mujeres
16% hombres
Mantener la
producción
científica:
18% mujeres
32,7% hombres
Incremento
envío artícu-
los respecto
2019:
6,3% mujeres
(1,98% muje-
res con hijas/
os menores
12 años)
38,1% hom-
bres
Cinco de cada
diez mujeres
afirman no
disponer de
tiempo para
ellas, disminu-
yendo hasta
quince puntos
en el caso de
los hombres.
El 34,9% de
las mujeres
duermen
menos, des-
cansan menos,
y descuidan su
bienestar.
Fuente: Elaboración propia, previa consulta de las encuestas referenciadas
Para la Unidad de Mujeres y Ciencia, estos datos muestran
que la desigual conciliación durante el confinamiento se tradujo
en mayores dificultades para las mujeres a la hora de desarrollar
su actividad investigadora y una menor producción científica, que
a medio y largo plazo puede incidir negativamente en su carrera
profesional. Este informe indica que, si bien la desigual dispo-
nibilidad de tiempo para dedicarse a la ciencia entre hombres y
mujeres ya era manifiesta, en la situación pandémica se hizo más
evidente (UMYC, 2020:3).
En el caso de la investigación realizada en el marco de Pro-
yecto SUPERA de la Universidad Complutense de Madrid,
se concluye que, en todos los bloques del cuestionario (con-
diciones de trabajo, producción académica, usos del tiempo,
y calidad de vida) se detectan diferencias significativas entre
hombres y mujeres. Estas diferencias constatan una desigual-
dad estructural que perpetúa roles y estereotipos de género
tradicionales. El estudio evidencia cómo se reproduce la divi-
sión sexual del trabajo en el ámbito universitario. Así, el perfil de
científico masculino mayoritario es aquel que dedica principal-
mente su trabajo académico a la investigación y la producción
científica y con una menor dedicación a trabajos reproductivos
y de cuidados, tanto de la vida personal como de la atención al
alumnado (docencia y tutorías); por otro lado, el perfil científico
más feminizado se caracteriza por la mayor dedicación a los
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trabajos reproductivos y de cuidados, tanto de la vida personal
como de la atención y cuidados a estudiantes que requiere la
docencia, en general. Ambas tendencias aumentaron conside-
rablemente en el confinamiento, con la consiguiente afectación
en la carrera científica en las mujeres (SUPERA, 2021).
En la investigación realizada sobre el PDI de la Universidade
de Vigo, se concluye que la merma de la actividad investigado-
ra evidencia un escenario de desigualdades y acentúa la bre-
cha de género. Los datos muestran que son las PDI con hijas
e hijos menores las que experimentaron un mayor descenso en
la producción científica, en un sistema de méritos que penaliza
la maternidad y que a medio y largo plazo tendrá un efecto en
las evaluaciones de investigación posteriores. Aunque no fue
objeto de estudio de esta investigación, se puede estimar que
estos resultados es probable que sean más severos, si cabe,
en el caso de las investigadoras posdoctorales o contratadas
por proyectos. Tanto la encuesta realizada, los grupos de dis-
cusión llevados a cabo y la diagnosis realizada y las revistas
consultadas nos proporcionan una serie de elementos que
considerados de una manera conjunta nos alertan de que la
pandemia de la covid-19 está teniendo un claro efecto en la
desigualdad de las mujeres frente a los hombres en el campo
de la investigación.
Estos tres informes indican que, de nuevo, el mandato pa-
triarcal de socialización sexista destinado a las mujeres como
“seres para otros” ha determinado la respuesta a esta pande-
mia. En un modelo de carrera competitiva donde el número de
publicaciones es uno de los mayores activos, el confinamiento
favoreció acumular puntos en la carrera por la “productividad”
a quien no tuvo que conciliar, a quien dispuso de tiempo de
calidad para escribir, lo cual supone un agravio comparativo evi-
dente y una forma de discriminación indirecta hacia las científi-
cas (y más hacia las científicas madres). Los datos demuestran
que una de las causas más importantes de la exclusión de la
mujer del mundo académico es el conflicto inherente entre la
profesión académica y la formación de la familia. En concreto,
la literatura científica da cuenta de los parones en la producción
científica de las mujeres cuando son madres o están a cargo de
dependientes.
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CIENCIA Y COVID19-19: ¿DÓNDE ESTÁN LAS CIENTÍFICAS?
Pero no solo actúa como reproductor de desigualdades en-
tre mujeres y hombres la llamada “brecha de cuidados”. Otras
discriminaciones, abusos, comportamientos sexistas o comenta-
rios de menosprecio perjudican la carrera de las investigadoras
y hacen que muchas abandonen (Sáez, 2021). Es lo que se ha
denominado Efecto Matilda (Rossiter, 1993), que cobra aún más
auge en el contexto de pandemia actual. Este efecto explica la
desigualdad en el ámbito científico por una mezcla de sexismo y
misoginia científica. Este término se refiere al hecho de que los
logros de las mujeres científicas a menudo se atribuyen a sus
colegas masculinos, a través de la invisibilización, menosprecio,
usurpación y exclusión de las aportaciones de las científicas.
Estas estrategias por parte por las instituciones científicas y de
sus colegas varones son totalmente conscientes y sistemáticas.
Rossiter ha ido recopilando una variedad de formas de discrimi-
nación: el olvido de las mujeres que firmaban artículos científicos
junto a sus maridos; el aislamiento al que se veían sometidas
muchas investigadoras en grupos de trabajo masculinos; la atri-
bución de “mala fama” intencionada a mujeres para desprestigiar
su trabajo; científicas a las que han robado sus descubrimientos;
mujeres que han sido apartadas de un puesto de trabajo ante
compañeros que ostentaban currículos menos brillantes, etc.
(Martínez, 2014).
Dicha reproducción del “sexismo ambiental” en esta pande-
mia se refleja en la clara invisibilización de la aportación científica
de las mujeres en los contenidos de los medios de comunicación
para explicar esta pandemia, con un uso de un relato androcén-
trico. En efecto, además de esta estrategia de ocultamiento de
las aportaciones de científicas, se ha constatado el empleo de
un lenguaje no inclusivo y excluyente – por ejemplo, hablando de
científicos o de médicos y enfermeras que reproducen imagina-
rios sexistas fuera de toda realidad estadística-. Son muchas las
mujeres que han tenido un papel relevante en la lucha contra el
virus; no obstante, son escasamente conocidas y poco visibles
en la esfera política y mediática. Fue la doctora china Ai Fen,
directora del departamento de urgencias do Hospital Central
de Wuhan, quien identificó por primera vez esta pandemia del
COVID19. En China, la viróloga Shi Zhengli, la británica Sarah
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Gilbert, la estadounidense Kizzmekia Colbert, la china Chen Wei
o su colega Li Linjuan están liderando varios equipos en la bús-
queda de la ansiada vacuna. La bióloga venezolana Irene Bosch,
su colega mexicana María Escalera-Zamudio, o anteriormente la
viróloga escocesa June Almeida están trabajando a nivel inter-
nacional en este sentido. En nuestro país, la viróloga Margarita
del Val, la bióloga Isabel Sola, la bioquímica Sonia Zúñiga o la
inmunóloga África González. También se ha detectado la escasa
presencia de mujeres en los comités de personas expertas para
elaborar y diseñar las políticas públicas. El relato científico me-
diático también ha invisibilizado la voz y los hallazgos científicos
de las investigadoras.
Además de todas estas formas de discriminación directa o
indirecta de sesgos de género y, en algunos casos, de comporta-
miento sexista, también se producen en la selección y evaluación
de la calidad académica. La preferencia de muchos hombres al
escoger a otros hombres para nombramientos y posiciones inte-
resantes, que repercuten en oportunidades de investigación, de
publicaciones o en las menores invitaciones que reciben las mu-
jeres para participar en actividades en otras universidades, con-
gresos, etc. Por supuesto, también existe la autoexclusión de las
propias mujeres que, debido al tipo de socialización sexista, las
dificultades de conciliación o la percepción errónea de no sen-
tirse capaces, - el llamado “síndrome de la impostora”-, hacen
que en algunas ocasiones rechacen cargos de responsabilidad o
visibilidad (Wenneras y Wold, 1997).
Otro ejemplo de sexismo en la academia, se observa en el es-
tudio de Corinne et al. (2012) quien analizó que cuando se mos-
traba un mismo currículo a distintas instituciones académicas de
Estados Unidos, estos obtenían mejor valoración si el currículo
era de un hombre. En la misma línea, una investigación publicada
a principios del año 2019 (Witteman et al., 2019) concluyó que
las diferencias de género en la financiación de las subvenciones
pueden atribuirse a evaluaciones menos favorables de las muje-
res y no a la calidad de la investigación que proponen. Uno de los
primeros estudios en mostrar las diferencias en las evaluaciones
del personal investigador se publicó en 1997 en la revista Nature
(Wenneras y Wold,1997) en la que se mostraba que las mujeres
debían presentar hasta 2,4 veces más méritos que los hombres
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para obtener un contrato del Consejo de Investigación Médica
de Suecia.
Recientemente, otra investigación publicada por la Oficina
Nacional de Investigaciones Económicas de los EUA asegura
que los tribunales que evalúan las propuestas científicas, pun-
túan un 16% menos los trabajos científicos de las mujeres que de
los hombres, pese a que las evaluaciones sean ciegas al “sexo”,
fenómeno debido en gran medida, a los diferentes “estilos de co-
municación” derivados de la socialización sexista (ellos más ge-
néricos, ellas más específicos). En el estudio se analizaron cerca
de 6.800 propuestas que fueron presentadas al programa de De-
safíos Globales de la Fundación Bill y Melinda Gates entre 2008 y
2017. Paradójicamente, las mujeres que superaron la evaluación
generaron resultados innovadores indistinguibles de los hombres
o incluso mejores, pues la asignación de fondos a las mujeres
generó un mayor rendimiento que los concedidos a los hombres
(Kolev et al., 2019).
Es importante añadir que, al mismo tiempo, las mujeres que
transgreden los roles tradicionales de género son fuertemente
penalizadas; así ocurre en el caso del ámbito tecnológico, un ám-
bito tradicionalmente muy masculinizado, donde las grandes em-
presas del sector tecnológico destacan por sus prácticas “poco
amigables” con las mujeres o directamente misóginas.
Es por ello que se puede concluir que no solo los sesgos
de género, los comportamientos sexistas, la discriminación por
razón de sexo y la invisibilización de las investigadoras, sino
también injusta “brecha de cuidados” ha causado la exclusión
y ralentización de las carreras científicas de las investigadoras,
también han perjudicado su salud, bienestar y calidad de vida,
derivado de este ambiente hostil y misógino, además de la so-
brecarga (también mental) de ocupaciones y responsabilidades.
Es posible, necesario y urgente construir un espacio científico
inclusivo e igualitario.
A MODO DE REFLEXIÓN FINAL
A lo largo de este artículo hemos realizado un recorrido que
diagnostica cómo la desigualdad de género se ha incrementado
todavía más con el impacto de la pandemia de COVID19 y como
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consecuencia, ha deteriorado la salud, el bienestar y calidad de
vida de las mujeres en la academia, además de haber afectado
directamente en el descenso de su producción científica y, por
ende, de su economía. Esta pandemia ha sacado esta crisis de
cuidados a la superficie, y como sociedad nos ha puesto frente a
un espejo que nos obliga (cuanto antes) a replantear la economía
poniendo la vida en el centro, lo que supone repensar la división
entre la economía monetarizada y la no monetarizada, rechazan-
do también el individualismo económico (Pérez, 2014).
En realidad, hemos desentrañado distintas realidades que
muestra el nivel de la brecha de género en la ciencia y que se
plasma a diferentes niveles: 1. Las mujeres científicas que han
visto su producción mermada por distintas causas: entre ellas, la
más relevante tiene que ver con ser las responsables principales
del cuidado del hogar y de las personas dependientes. 2. Las
mujeres científicas sufren discriminaciones, ignorancia, invisibi-
lizaciones y acosos sexistas en la academia, que se torna en un
espacio hostil para ellas.
Partiendo de esta realidad, se observa que durante el confi-
namiento se están reforzando los mecanismos de reproducción
de la desigualdad existentes con anterioridad pero que ahora
resultan más intensos, incrementando exponencialmente este
desequilibrio de partida. Así, los procesos de exclusión de las
mujeres en la investigación se incrementan, pues con los recur-
sos actuales parece que la ciencia y las familias no parecen com-
patibles (Mason et al., 2013).
Uno de los efectos colaterales de la pandemia es el previsible
debilitamiento de la agenda de la igualdad de género, en térmi-
nos globales, lo que impactará en el logro del Objetivo 5 de la
Agenda 2030, y hará más difícil estrechar las brechas y revertir
el retroceso que se está produciendo. La “carga global de cuida-
dos” ninguneada y no reconocida como tal es una de las mayores
responsables de la feminización de la pobreza en el mundo, cuya
solución requiere de la implantación de un “Sistema Social Glo-
bal de Cuidados” que coloque “la vida en el centro” y que actúe
como eje económico global fundamental en nuestras sociedades
contemporáneas.
Esta pandemia global es una oportunidad para incorporar, por
vez primera, el enfoque de género en los momentos iniciales de
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la respuesta sanitaria, así como en las medidas sociales y eco-
nómicas destinadas a afrontar sus consecuencias. Esto último
redundaría en una superación de la crisis con mayor equidad y en
mejores respuestas y políticas que pudieran aplicarse en futuras
pandemias globales.
Es preciso un cambio de paradigma civilizatorio que resuelva
la tensión estructural capital-vida (Pérez, 2014) que se ha agu-
dizado a raíz de esta terrible pandemia que estamos sufriendo,
hecho que cobra un protagonismo especial, debido a la fragili-
dad de la vida que todas y todos estamos experimentando, y la
importancia central que los cuidados vitales y sanitarios, están
teniendo en muchas de las trágicas situaciones derivadas de
esta epidemia zoonótica que sitúan la “sostenibilidad de la vida”
en el centro. Es necesario un nuevo “contrato social” donde
la vida se coloque en el centro, que no sacrifique de nuevo a
las mujeres (su reconocimiento social y científico, su salud y su
economía), se supere la reaccionaria “mística de la feminidad
del cuidado” y que alumbre un nuevo mundo más igualitario,
humano y justo.
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